Era mi rostro,
pero no lo era.
Era lluvia, era líquido...
eran lágrimas.
Era el estruendo,
el ruido que no sonó.
Era yo, era mi alma.
Era la confesión
de la existencia
de ese otro yo
que me azota
y me mata.
Era la despedida,
que parece definitiva.
Era yo roto,
quebrándome.
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