jueves, 29 de mayo de 2008

Carta para devolver un recuerdo

Carta para devolver un recuerdo
Amada Paula:

Quizá jamás leas esta misiva, tal vez nunca te enteres de lo que acá estoy escribiendo, pero me encantaría que en algún momento, por azar, cayeran estas letras en tus manos. Aunque si nunca pasa, si jamás lo lees, no importa, al fin y al cabo lo único que importa es la necesidad de escribir para no ahogarme en lágrimas nostálgicas, recordando algo que fue y ya no será. No hago esta carta para enviarla por correo, para que llegue a tus manos,  sin embargo te la escribo a ti y en ese sentido continuaré haciéndolo.

Trataré de contarte lo que pasó, fue anoche, quizá a causa del alcohol en mi cabeza te soñé como hace mucho no lo hacía. Por un segundo volví al primer momento, al único instante feliz que he vivido contigo. No sé si lo recuerdas, pero yo lo tengo más claro que una copa de vino vacía, a pesar de que hace mucho omitía ese instante para no lastimarme más. Cuántas veces los recuerdos felices mutan a nostálgicos y comienzan a doler. Ahora trataré de hacerte recordarlo para probar qué tanta nostalgia te causa, así estaré seguro y comprobaré que jamás me amaste, si es que llegas a  leer esto alguna vez.

Mis ojos siempre trataban de buscar tu rostro, tu hermoso rostro. Siempre lo hacía tras esa baranda azul que quedaba un piso arriba y al otro lado del abismo que me separaba de ti, de tu parte de baranda azul. Un abismo, una distancia como metáfora del destino, ¿lo recuerdas? Sabes cuánto luché para acercarme a ti, pero mi nerviosismo agrandaba el abismo entre baranda y baranda. Gracias a los cielos la amistad envió un salvavidas: teníamos un amigo en común y él me acercó a ti ¿recuerdas cómo? ¿Recuerdas dónde? Fue en aquel paseo, esa caminata de Bojacá a El Ocaso, ese par de pueblos, testigos y magos. 

Todo comenzó en aquel mágico autobús donde quebré la resistencia que oponían mis nervios, te expliqué el hechizo gitanesco que causaban tu rostro y tus ojos en mí ¿lo recuerdas? Te tuve tan cerca y sentí que tu belleza me iba envenenando más, a pesar de que tú me silenciaste tras decirte cuánto me embrujaba tu belleza. Pero, aún así, abriste las puertas de la esperanza y las dejaste así, abiertas: prometiste pensar en lo que te había confesado y más adelante darme una respuesta. Eres muy inteligente y, gracias a esa inteligencia esa vez lograste ver la propuesta implícita que había tras mis palabras y que siempre es una pregunta aparentemente sencilla pero cargada de toda la complejidad: ¿quieres ser mi novia?

El autobús se detuvo y empezó la caminata de pueblo a pueblo con la naturaleza como testigo y la ilusión de que fueras mía, de darte un beso, de recibir un sí como respuesta tuya. A medio camino, como por impulso de Afrodita, me tomaste la mano y caminaste a mi lado, en ese momento quise que lo hicieras así por el resto de la vida, de la eternidad. Los impulsos de Afrodita estaban tomándote por asalto aquel día, de un momento a otro detuviste la marcha, te sentaste, aparentemente agotada, sobre una piedra y cumpliste uno de mis deseos como el genio de la lámpara del amor: me besaste y fue como llegar al Olimpo en un solo instante. Todo pasó, a partir de entonces, entre besos y pasos uno al lado del otro, yo aferrado a tu mano como si los dioses quisieran raptarte para dejarme solo y triste.

Trataré de recordarte el camino de regreso a Bogotá: me senté en el primer asiento del vehículo, aunque realmente no es el primero, el del conductor queda más adelante, pero para no afectar el poema que te escribí alguna vez le llamaré y seguiré llamando siempre «primer asiento». Allí, sentados los dos, uno al lado del otro, me diste el sí y todo continuó entre besos y alegría. Te regalé mi alma. Cronos no actuaba y todo fue mágico, más mágico, a cada segundo más mágico. 

No quería que esto acabara jamás pero el autobús se detuvo, el paseo acabó y yo desperté de mi sueño. Ahora estoy en la realidad, tratando de hacerte recordar ese instante, buscando la nostalgia en tu alma (claro está, si lees esto), tratando de engañarme iaginando esa nostalgia para decirle a mi alma que me amaste, que aún me amas, a pesar de saber que tanto tu nostalgia como tu amor sólo son producto de mi imaginación. 

Ahora he despertado y sé que no caminas a mi lado, que el primer asiento y la caminata no volverán. La nostalgia recorre mi rostro, es mejor no escribir más.


Biofiloaeda.