martes, 9 de mayo de 2023

Apágate, por favor, fueguito

En el pecho siento como un fueguito. Está encerrado en un corazón tan marchito que se convirtió en una cárcel de piedra. Se mueve y se golpea contra los muros de su prisión con todo su cuerpecito. Es un baile febril como su naturaleza y tan persistente que el pequeño corazón marchito parece a punto de ceder y dejar salir al fueguito. Pareciera que el fueguito va a estallar el corazón como una inmensa estrella en su último y abrasador aliento, o a abrir hoyos a puntillazos en sus pétreas paredes, o a hacerlo latir de nuevo con la fuerza de todo el amor universal reunido en un bolsillo pequeñito; todo depende de la energía del fueguito, que por momentos se intensifica, pero en otros parece tan agotada como si fuera a extinguirse, porque apenas se le escucha respirar forzoso y, con mucha concentración, se siente un diminuto calorcito. Pero cuando despierta, vuelve a su furioso baile, con el que clama por su libertad  y que aquí adentro hace un ruido tan insoportable como imperceptible es afuera. 

Puede que el fueguito sea una energía tan poderosa, cálida y llena de vitalidad como la que originó todo lo que existe o un dolor tan grande como el Universo mismo. No sé que sea, y prefiero no saberlo. Lo siento, fueguito, no saldrás en este momento; nunca, mejor dicho. Apágate, por favor, fueguito.