lunes, 23 de febrero de 2009

Sin sentidos

Sin sentidos

Era casi el fin de la guerra, Roldán había perdido la vista de la misma forma que a sus compañeros de escuadrón: tras una batalla por la toma del pueblo Siete Aromas que, por supuesto, él y su compañía perdieron.

Así pues, ciego y solo, caminaba Roldán por quién sabe qué selva sin entender adónde llegaría, sólo guiándose por el tacto. Pero este nuevo artificio para percibir el mundo no funcionaba muy adecuadamente: cuando no palpaba aire se topaba con árboles, podía pensar, de esta forma, que estaba caminando interminablemente en círculos: el tacto le repetía la misma imagen una y otra vez.

Al final, tras caminar por muchas horas sin descanso, encontró un destino o, por lo menos, un lugar donde darle un poco de reposo a su cansado cuerpo y, así, en una tibia trinchera cerró los ojos y dejó que Hipnos lo venciera.

Dos días después el cuerpo sin vida de Roldán fue encontrado en un campamento enemigo sobre el cual habían arrojado una gran cantidad de gas somán. El olor acre del hálito venenoso se sentía a kilómetros de donde yacía el cadáver, pero Roldán no pudo percibirlo pues, aparte de estar ciego a causa de la guerra, sufría de un mal del que jamás se había percatado: su inútil nariz no le dejaba imaginar el mundo a partir de los aromas, una anosmia inofensiva que acabó siendo mortal.

Biofiloaeda.

martes, 17 de febrero de 2009

Petición en cubismo.

Petición en cubismo

Cuadricúlame, haz conmigo círculos, raya mis recuerdos hasta que sean incomprensibles, tírame, recógeme, píntame de tantos colores que ya no parezca hombre sino el esbozo de un payaso dibujado con crayones por un niño en una pared blanca; luego haz óvalos de mi pecho, esfuérzate porque mi corazón sea un manchón extraño e indeleble en una hoja de papel, vuelve mi alma una figura que sólo expertos de arte comprenden. En fin, puedes hacer conmigo lo que quieras, pero no te mates, por favor, no te mates.

Biofiloaeda.

viernes, 6 de febrero de 2009

Tercer golpe

Tercer golpe

Golpeé tres veces a tu puerta. No contestaste. No me alejé de allí, me mantuve en pie cinco minutos esperando a que abrieras y, luego, impulsado por el desespero de no verte aparecer, por segunda vez, volví a dar tres golpes. No hubo respuesta. Cinco minutos más de espera, que esta vez parecían diez. Cuando me disponía a tocar por tercera vez, el brillo de la placa sobre el marco del portal me indicó que algo estaba mal: no eran los números que identificaban el apartamento donde solíamos pasar tardes enteras entre besos y caricias, de hecho, no recordaba dicho código numérico, también olvidé el de tu teléfono, quizá, incluso, estaba en un edificio errado, es más, tu imagen y tu nombre se esfumaron de mi mente: ¡lo olvidé, por fin lo olvidé todo! Ahora sé a qué sabe la venganza.

Biofiloaeda.