miércoles, 12 de abril de 2017

Plastilina amorfa


Un pedacito de plastilina tozuda no permitía que nadie le acomodara su figura como mejor les pareciera. La gente enfurecida la arrojaba contra las paredes, contra el suelo, la oprimía con rabia, la separaba, la derretía, pero, terca como era, volvía a unirse y se quedaba quieta, esperando una forma que le agradara a ella y no a su dueño.

Después de muchos años de tratos y maltratos, a la vieja plastilina ya nadie la tomaba entre sus manos, ya nadie quería intentar moldearla.

Sola y triste, trató de llamar la atención para que alguien quisiera hacer una forma con ella, la que fuera, no importaba, estaba dispuesta a dejarse manosear, a tomar el aspecto que otros desearan, con tal de no sentir esa amarga soledad. Pero igual nadie la tomaba, porque sabían que ese pedacito de plastilina no se dejaba moldear.

Muchos años más luchó por ganarse el cariño de alguien, intentó explicar en su silencioso lenguaje de colores flexibles que estaba dispuesta a dejarse manipular, pero nadie le entendió.

Al fin, cuando una niña de belleza inigualable trató de hacer un corazón con ella y a los pocos días, llorando amargamente, destruyó la figura, la plastilina entendió por qué, en principio, no le gustaba que trataran de cambiarle la figura: sencillamente porque le gustaba ser un pedazo de plastilina tozuda, con su irregular forma que nadie entendía, pero que ella quería y no necesitaba nada más.

Ahora dicen que vive alegremente en un estante de libros de algún poeta loco que entendió que no debía moldearla porque así la plastilina era feliz. Él le lee sus poemas tristes y ella sonríe, aunque el poeta no puede ver sus pequeños dientes rotos y felices.

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