Va a sonarte extraño, pero me acabo de dar cuenta de que el amor es un Lego. Al menos para mí, al menos en mi experiencia. Ponle cuidado, te lo voy a explicar en un cuento simple:
Estaba yo, solo, armando mi Lego de... digamos, la Estrella de la Muerte. Que es toda gris, ¿no? Y la estaba armando como podía. Sin leer instrucciones, siguiendo el instinto. Ya le había invertido mucho tiempo, todas mis noches, durante años, porque el tiempo de noche no era mucho y esta es una edición de Lego bastante grande y compleja. Pero ahí iba yo, paso a paso, avanzando entre frustraciones y desánimos, entre pequeñas victorias y momentos de dicha. Con autodestrucciones, recomienzos y abandonos que duraban a veces días y a veces meses, pero ahí iba yo, avanzando. Como todo viaje, que nunca es en línea recta, con sol y brisa fresca. A veces uno solo quiere dejarlo todo y volver a casa. Pero hay que seguir.
Y ahí, cuando ya le estaba comenzando a tomar ritmo al asunto, cuando me ayudé de las instrucciones y la Estrella de la Muerte tomaba forma, cuando comenzaba a sentirme más seguro sobre qué fichas poner, a pesar de que los momentos de duda no faltaban porque una pieza no encajaba o no encontraba alguna que necesitaba y me daba pánico pensar que la había perdido y todo el trabajo habría sido en vano. Ahí, cuando me estaba haciendo fuerte porque el tiempo invertido parecía rendir frutos. Ahí, con la Estrella de la Muerte casi completa, apareciste tú.
Y estabas tú con tus muchas fichas de colores. Y dijiste que eso que yo armaba estaba bien, pero le faltaba color, que estaba muy gris, muy triste. Y, pese a mis reclamos, le pusiste una ficha acá y otra allá, que al principio a mí no me encajaban. Luego, ya resignado, pensando que luego lo arreglaba, que no iba a ser tan difícil solo quitar unas fichas, hasta te ayudé.
Y mientras poníamos fichas juntos, comenzaba a gustarme el aspecto de la colorida Estrella de la Muerte. Y me daba gusto verla, quería seguir encontrándome contigo cada vez más seguido para poner más colores. Y hasta me gustaban tus planes de mejora y expansión: una Subestrella Orbitante que sirviera de comedor y discoteca, con muchas luces de colores. Un cielo con muchas estrellas, porque estábamos en el espacio, ¿no?. Cambiar la fachada de la Estrella de la Muerte por fichas transparentes, como una burbuja, pero ya no de la muerte, sino de la felicidad, del escape, del alivio, de la diversión. Con interiores a la vista, donde las personas se amaban y se divertían en diferentes secciones, completamente ordenadas por su tipo y con una buena iluminación... claro, todo en fichas. Y yo te dejaba. Ya qué, ya no necesitaba arreglo la Estrella de la Muerte, así estaba perfecta y mejoraba. Me encantaba.
Y, entonces, ¡puf! Una buena tarde sacaste un manotazo y destruiste todo el trabajo. La colorida Estrella de la Muerte se vino abajo como atacada por unos malvados Jedi que no les gustan los cambios coloridos, las expansiones, las burbujas transparentes y los Darth Vaders enamorados. No dijiste por qué la destrucción, solo que ya no te divertía. Luego diste algunas explicaciones: que no te gustaba el resultado, que yo fui muy terco con poner un color, que pasar tanto tiempo poniendo fichas te estaba aburriendo, que yo quería cada vez poner más fichas, que... que... que...
Y te fuiste, dejándome sin Estrella de la Muerte, ni vieja ni nueva. Ni gris ni colorida. Todo lo que me dejaste fue la necesidad de recoger fichas y reconstruir... si se puede, porque muchas fichas quedaron mezcladas y ya no sé muy bien cómo se reconstruye esto, quemaste las instrucciones y las tiraste a la basura. Y ahí, después de mucho color, me quedo yo reconstruyendo algo gris, pero seguro, que ya había construido. A ver cómo me sale esta vez.
Igualito al amor, igualito a una relación humana, ¿no? Moraleja: no hay que dejar que ningún intruso te venga a cambiar la Estrella de la Muerte, todo plan de mejora foráneo siempre es un plan de destrucción.